MUNICIPALES Y
SERENOS
Las Palmas de Gran Canaria, como todas respecto de las de una vecindad más
numerosa; y entre las de las Islas la primera, por su extensión, construcción,
categoría y residencia, siempre demandaron la vigilancia diurna y nocturna en
sus calles, Guardia Municipal de Cárceles, de Aduanas, Cuarteles y Serenos: y
además, en las rondas constantes que los Corregidores presidian personalmente y
hacían circular de continuo por sus calles y barrios. Aquellos Guardias Municipales
y Serenos de antaño protegían en gran medida la seguridad diurna y nocturna de
los municipios canarios. Pero nuevas instituciones y nuevos regímenes hicieron
que, sin causa alguna, se fuesen enervando estas medidas precautorias y
previsoras en el orden de las poblaciones hasta haberse condenado al desuso y
al olvido.
Pero los señores alcaldes de los
municipios canarios, más bien están empeñados en desproteger que proteger a los
ciudadanos, y sustituir de un modo más firme y constante, sin escusas
tolerables la vigilancia y seguridad de los pueblos, dando prioridad a otras
opciones del servicio como el recaudatorio y dejación de normativas y
ordenanzas. Desechando consagrarse a ese penoso y extraordinario deber, como es
la seguridad ciudadana. Pasaron aquellos tiempos en que la Municipalidad se
preocupó en resolver y ejecutar la vigilancia de los Serenos y la presencia de
los Guardias Municipales en las calles de la población. Siempre prontos por fe
y por la misión de cumplir el servicio encomendado, que nos obsequiaban con una
sonrisa y exquisita educación, donde quiera que le encontrábamos, y a prestar
las medidas que ceden tan inmediatamente en beneficio del orden, y de la
tranquilidad y seguridad del vecindario. Quisiera oír primero la voz de
nuestros conciudadanos para repetir como el Eco sus acentos: y por más que
estos un tanto extraños a una novedad que es en un grado más perfecta, sin
exageración, a las rondas nocturnas que tanto se han olvidado, y que solo aparecen
de vez en cuando en los días festivos de suma concurrencia o público desahogo; por más
que se decante su in necesidad entre la mayoría de los Alcaldes morigerados por
índole y por naturaleza del clima y presupuestos; reconocida la pública
utilidad, debemos tributar noblemente nuestros respetos al pensamiento y su
ejecución, que es cuanto merece de nuestra parte esa ventaja de protección hoy
tan necesaria.
Por sí sola se recomienda bastante cuando
tan palpablemente y tan de cerca se conocen sus efectos. Más, como la
institución de estos vigías, no se limitaban solo al anuncio de las horas y del
tiempo, preciso es que nuestros socios en los consistorios comprendan todos sus
caracteres y atribuciones. El Sereno y el Guardia Municipal, velaba nuestro
sueño y guardaba nuestra propiedad. El Sereno nos acompañaba en medio de la
oscuridad y del silencio tenebroso de la noche más negra y aterradora. El
Guardia Municipal en las horas diurnas, solícito, educado, complaciente,
afable. El Sereno no temía la intemperie ni el Guardia Municipal el solajero, ni
las asechanzas que torpemente se le asesten; porque cumplían por instituto y
por su profesión el ceñirse las armas que la misma Sociedad le confiaron para que
le defendiera su hacienda y vida.
El Sereno y el Guardia Municipal, era
un amigo y un protector que estaba dispuesto a prestar toda clase de auxilios al
ciudadano que le invoca con una necesidad fija y con verdad. Servía de guia al
que se extraviaba y acudía a su socorro; prestaba su favor al desvalido, al
afligido, al que se ve acometido, al que busca los auxilios, al que llevaba un
templaera que ni pa´que. Estaban siempre dispuestos con toda inflexibilidad a
socorrer y denunciar todo abuso del orden, que perturbaba la tranquilidad y la paz
en las horas destinadas al servicio. Eran por último nuestros ángeles de paz y
nuestro libertador, los que velaban por nuestro bien, y nos prestaba la
confianza de entregarnos con toda satisfacción al sueño dulce y reparador.
Por más justas y buenas que sean las
costumbres del hombre, siempre la precaución y la previsión prestan garantías,
como hay ley. Los Magistrados depositarios de ésta, deberían ser nuestros amigos
y protectores; é inexorables cuando por desgracia el crimen, el robo, la
pendencia, etc, nos entrega en sus manos. Pero aun en ese conflicto, está
siempre en el deber de protegernos y de ayudar y cooperar a nuestra salvación, siendo
posible. La ley debería velar siempre sobre nosotros y en nuestros pasos. Si
somos correctos ciudadanos, permanece ociosa y sin desplegar su fuerza y su
influencia: pero siempre vela.
José Antonio
del Rosario