lunes, 1 de febrero de 2016

RENOVACIÓN





RENOVACIÓN

 

      Muchos piensan que la torpeza de la actual política tiene por causa el cansancio, el desgaste de nuestros hombres y mujeres públicos. Muchos pensamos que es la torpeza de creerse imprescindibles, y si para ellos el cargo es perpetuo, mejor que mejor. Pasan los años y la peor política continúa retoñando como la mala hierba, y ya toca renovar y abonar el terreno agotado de tantos ensayos y perdidas cosechas. Han rodado sillas, estallado revoluciones, el resurgir de poderes novísimos con políticas caducas, que se derrumban apenas erguidos, han restaurado viejas prácticas de sometimiento ya de por sí derrotadas, han modificado las leyes para amoldarlas a sus conveniencias, y los prestigios son siempre los de antaño. Y en Las Cortes, salvo algún caso particular, resuenan aún las mismas voces de enardecidos alzados.

 

      Resulta qué en la política del país, el papel más lúcido es el de segundón. Perpetuándose en los escaños y quedando el paso libre para los mediocres, distanciándose de la vida pública la inteligencia que acaso guarda el germen que produce los beneficios de una regeneración ansiada por el país. La gente política nueva no aparece porque no se le llama.

 

      No carecemos de gente nueva en la política del país, la culpa es de los antiguos y nuevos mafiosos en política, que no supieron preparar sucesores. La falta mil veces lamentada de prestigios es puramente teórica, porque ¿cuándo ni en qué ocasión se ha facilitado la renovación de que tan necesitada se halla la política de este país?

 

      Se premian más los años de servicio en desigualdades sociales y políticas corruptas, más las probadas sumisiones que el verdadero valer. Se cierra el paso a los que llegan con savia nueva y se envían siempre a la retaguardia de las guarniciones en las cloacas, precisamente a quienes se encuentran mejor preparados para las descubiertas y para combatir en la primera línea, y debido a la viciada y deficitaria preparación, cuando se agotan los ímpetus juveniles, y los espíritus pierden la virginidad del entusiasmo, sube el que más cargado de escepticismos que afirma que la verdad no existe, que de iniciativas fecundas.

 

      ¿Qué hay excepciones?... Claro; pero la mayoría lamentamos la falta de una regla general. Bastante se ha hablado de los muchos hombres y mujeres que extingue la política; pero mal por mal, preferible es qué los personajes duren poco al de que se petrifiquen. La política en este país tiene hombres y mujeres nuevos, y los necesita. Pero no basta confiar sólo en las ideas, porque ¿cómo poner esculturas bellas y hermosas sobre pedestales arruinados?
 
 

      Aquellos que erigiéndose en caciques se han quedado con la costumbre de seguir mangoneando, ilusionados con hacerse necesarios en Las Cortes. ¿Quién había de resistirse a seguir la lucrativa carrera de la política? De un simple ciudadano podía salir un compromisario valioso, de éste un diputado, ya autonómico o de mayor categoría, y quien dice diputado, dice un senador, o algo más. Dos años de política podían ser más útiles y provechosos que los que necesita un bachiller para seguir la mejor de las carreras científicas o literarias. Ahora que a la cultura y a la experiencia le ponen coto.

 

      Quien sigue de cerca a caudillos y dictadores, entra en el campamento cogido de la cola del caballo que monta el protector. Quien tiene audacia suficiente para imponer conveniencias y para burlarse de leyes sorteando obstáculos, suele imponer su nombre. Pero ¿por qué solicitar al favor y al atrevimiento lo que no debiera conceder la justicia?

 

      Y lo peor de todo esto, lo ridículo del asunto, lo necio del caso es que la mayoría de nosotros lo sabemos; pero hacemos oídos sordos, y vivimos tranquilamente hartos ya de oír a tanto personaje público que tienen siempre la falsedad en la boca y en los puntos de la pluma la mentira, y satisfechos de todo, toman por verdadero lo que a sabiendas es falso, lo que de sobra nos consta que no es otra cosa, más que un convencionalismo ridículo y un hipócrita fingimiento. Y que examinado detenida y escrupulosamente, nos anuncian sólo falsedad, engaño, mentira…….

 

 

 

 

José Antonio del Rosario

 

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