lunes, 21 de noviembre de 2016

HISTORIA DESPUÉS DE LOS PLÁTANOS




HISTORIA DESPUÉS DE LOS PLÁTANOS
 
 
 
 
 
 
        En este almacén de plátanos en la Carretera General del Norte de La Costa de Bañaderos, propiedad de Dña. Ángela Morán de la Nuez (Angelita Morán), en los comienzos del siglo XX se empaquetaban plátanos y tomates, también estuvo la Compañía Fyffes Limited. En este almacén se guardaba en la década de los años 60 el material deportivo del Club Balonmano Bañaderos. En dicho almacén mi apreciado amigo Juan Manuel Ramírez Morán y este que escribe, dimos nuestros primeros pasos en el deporte del balonmano.
Recordamos tirarnos el uno al otro aquellos grandes balones, que ni nos cabía en las manos. Pensamos que teníamos que hacer algo para tirar con una mano aquellos balones, y resolvimos colocar un saco (de aquellos que usaban los polleros), lo mediamos de arena y lo colgamos de una viga hasta la altura de nuestras manos. Mi amigo decía que teníamos que practicar como los boxeadores para hacernos las manos duras y lanzar el balón con fuerza, y una mierda. De tanto darle palmadas y puñetazos aquel saco que raspaba por todos lados, lo que conseguimos después de cada paliza fue ponernos las palmas y los nudillos en carne viva, y cuando llegábamos a la casa, nuestras madres nos preguntaban con quién nos habíamos peleado.
Aquello no funcionaba, pensamos que lo mejor sería hacer pesas, y nos pusimos manos la obra. Había en el almacén unos bidones de aceite para motores y otros de veneno para la cochinilla, los de aceite eran de 200 litros y los de veneno de 25 litros de capacidad (estaban vacíos), pesaba más el de 25 porque tenía unos aros de hierro. Fatiguitas aquellas, señores, nos hicimos unos expertos en levantamiento de bidones. Hasta nos reíamos de los amigos que practicaban con nosotros, ya que cuando levantaban los bidones a la altura de la cabeza, se iban de espaldas con ellos. Y de esta manera llegamos al balonmano.
La segunda etapa de este almacén fue en los años 60-70, nos reunimos la pandilla y acordamos hacer nuestro club de guateques y reuniones. En el pueblo ya había un sótano en la casa de los padres de José Manuel Rodríguez Armas donde se hacían los guateques casi todos los fines de semana, pero a nosotros no nos dejaban entrar porque éramos menores de edad.
Una vez puestos de acuerdo nos quedaba el duro trabajo de hablar con Angelita Morán, mi amigo Juan Manuel esperó el momento propicio para decirle a su madre nuestras intenciones; ¿Qué van hacer qué? Mamá el almacén está lleno de trastos y es el mejor sitio para reunirnos, escuchar música y bailar, ya que en los guateques de José Manuel no nos dejan entrar. Dña. Ángela pensó que era el mejor sitio donde tenernos controlados, en vez de estar de palanquines por los pueblos cercanos; ese era el mejor lugar donde las madres sabrían dónde se reunían sus hijos. Huumm.
Les pusimos manos a la obra; barrer, limpiar, albear, hacer con pales las mesas para el taperío, refrescos y algo más, instalación eléctrica, la mesa para el Picar y los disco, conseguir un par de garrafones de boca ancha para las sangrías “en esto de las sangrías hubo doble intención (bueno, casi siempre la hubo), la de las chicas llevaba un chorrito de ginebra”, empapelamos con papel de empaquetar los plátanos las paredes de mitad pa´arriba y cada uno expuso sus dotes de dibujo y pintura. El piso era de cantería y en los guateques le echábamos polvos de talco para que rembalara, el que era medio parao y no sabía bailar ponía los discos.
Los guateques eran los fines de semana y nos vestíamos con las mejores galas del momento “en plan Hippy”. Íbamos limpitos y salíamos echo asquitos, olíamos a casi todo. Nuestros padres y familiares mayores de vez en cuando se daban una vueltita para ver cómo iba el patio, sus caras eran todo un poema, incluso algunos se atrevieron a bailar los nuevos sones, pronto desistieron al darse cuenta de que no estaban en el sitio y se marchaban contentos (?) de que sus hijos se lo pasaran bien, y sobre todo que estábamos en el corral.
Fué todo un éxito, la Pandilla acordó reunirnos todas las tardes no sólo para oír música y contarnos las batallas del guateque anterior, también para preparar e innovar en el siguiente. Las vacaciones de verano fueron apoteósicas, nuestras amigas que estudiaban en los institutos de la Capital, invitaban a sus amigas a quedarse en sus casas para que gozaran de nuestros guateques y la fiesta del Santo Patrón Pedro. Se formaron parejas y algún que otro matrimonio.
De un almacén de empaquetado de plátanos y tomates, una pandilla de chicos y chicas removió conciencias puritanas y llenó de alegría y felicidad a la mayoría de las familias de un pueblo, cuyos miembros eran mano de obra barata para el cacique de turno.
 ¡¡Quién nos lo iba a decir!!
Fueron tiempos de Revolución Cultural en todos los sentidos y adaptaciones de gobiernos a las corrientes de una marea que invadió las calles. Fué, el triunfo de una juventud que pedía LIBERTAD.
 
 José Antonio del Rosario
 
 

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