sábado, 11 de febrero de 2017

PASIÓN POLÍTICA





PASIÓN POLÍTICA

 

 

      Los peores vicios de cualquier establecimiento del Estado, esto es, aquellos más perjudiciales y más difíciles o casi imposibles de desarraigar son aquellos que nacen con el establecimiento mismo ya de por sí politizado y manipulado. La perfección en las cosas humanas es un ente imaginario, es más acertado decir que lo perfecto no existe sino relativamente, así cuando a esta natural imperfección se agregan las pasiones o la ignorancia, o uno y otro, hacen fallar la obra que parece más perfecta. No hay ciudadano alguno que, estando dotado de un mediano juicio, no conozca toda la importancia del establecimiento de la Constitución.

      En los pueblos en general se suele abusar de la sencillez y honradez de sus habitantes haciéndoles creer que los políticos se interesan en aquello que se exige de ellos. Mucho de esto conocemos en el día a día en las arengas de cualquier político subido en una tarima o sección plenaria, así no hay que creer de modo alguno que la correcta y honrada política peligre, como alo andan diciendo muchos: es falso, antes, por el contrario, lo que peligra son sus intereses temporales que con grave perjuicio para el pueblo han gozado hasta ahora los llamados representantes del mismo.
 

      Para ser elector no se necesita ninguna ciencia, los más literatos, intelectuales y bachilleres suelen ser los desestabilizadores de un País: un labrador honrado de buenas costumbres y medianamente despejado aun cuando no tenga medianamente estudios ningunos, puede ser no solo un buen elector sino un buen Diputado para las Cortes o Presidente de un País, mejor acaso que otros muchos que no se explican sino con palabras estudiadas, enrevesadas y con un amasijo laberíntico de difícil entendimiento. Un intelectual, literato o bachiller difícilmente podría decirle a un agricultor cómo se cultivan papas.
 

      la política administrada en cualquier País democrático, debe tener siempre por objeto el bien común y la equidad, pero cuando domina la pasión en política, su hipocresía y su malicia van más allá que cualquier otra clase de pasiones. Política es tutela de las muchedumbres, o del mayor número de los que viven en sociedad, y ha de ser la mejor condenación para todos aquellos que desempeñan cargos públicos que tienen ocultos afectos apasionados hacia personales intereses. Afectos personales que pueden engendrar, en una política personal a gusto de pocas personas, en detrimento de la mayoría de los ciudadanos, a quienes la política debe proteger y amparar. Cuando a un político se le asigna la dirección de un establecimiento público, este, difícilmente le será rentable al Estado. Y es que el vicio y la ambición le puede más que la honradez y el conocimiento funcional del establecimiento que dirige, por lo tanto, el déficit está asegurado.

      ¿Y qué político, de estos que turnan en el poder, colocado, entre las exigencias del partido o de sus hombres y mujeres y las exigencias de la nación es capaz de romper una lanza en favor del Estado y el bienestar de sus ciudadanos? No es política lo que hacen, ni puede ser veraz ni legítima: la ley es la expresión del derecho, nacido con la naturaleza; no con los partidos, ni de mayorías serviles, ni de minorías codiciosas.
 

      La política partidista tiende a lo contrario: divide, desestabiliza y desconcierta. La pasión política se presta a la doblez de la palabra: hablar del bien y producir el mal; hablar de libertad y producir la tiranía; hablar de moralidad y cubrir sus actos de escandalosas corruptelas. La chatarra política sólo se preocupa de amontonarla para luego distribuirla en paraísos fiscales, en empresas fantasmas y turbios negocios, y de paso defraudar al Estado que le paga.
 

      Así es la pasión política impuesta por hombres y mujeres sin la más mínima decencia, sin escrúpulos y ayudados por la inacción de aquellos que juraron acción. Pasión política detestable ante los hombres y mujeres que luchan diariamente por un Estado del bienestar, y que condenan y maldicen con buen sentido aquella divina máxima: “Detesto la doblez de la palabra” ¿Y qué otra cosa que doblez y falsía y mentira han producido los Gobiernos que han abortado la Democracia? 

 

 

José Antonio del Rosario

 

 

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