LA ESPAÑA POR LA QUE DEBEMOS LUCHAR (y 2)
Fuerza es confesar que va extinguiéndose
en España esa pasión y efervescencia dictatorial, al arribar al poder “La
Familia del Viernes”, veníamos gozando de una libertad ganada por el pueblo. Quieren
estos que hace dos años ostentan el poder, pretenden arrastrarnos por el campo
trazado de antemano en su acalorada imaginación. Fantasean estos el restablecimiento
de la dictadura, como la solución más natural y lógica que podía darse a la
situación, sin recordar en su ceguedad, que no fue la dictadura la que enarboló
el camino de la libertad en España entera.
Falsean de este modo, si bien por
breve tiempo, el objeto y fin de su programa de gobierno, el delirio de muchos
y la pasión de todos ellos, hízoles creer realizable lo que solo es fantasmagórico
y los mismos que de buena fe confesaban antes que España no podía ser democrática,
forjáronse de repente engañadoras Ilusiones, alimentando con ellas sus fantásticos
sueños. Mas, llegó al fin, como no podía menos de llegar, el momento en que imperando
la razón y tranquilo el ánimo, pensasen los españoles todos en asegurar los
bienes del presente y conquistar el porvenir. Ellos no pueden olvidar sus
antecedentes, ni sus costumbres ni el estado de su civilización, ni a su Amo,
el “innombrable” dictador. Solo basta echar un vistazo a sus apellidos, para
todos ellos con un pasado glorioso. ¿Cómo se puede llamar glorioso a un pasado
lleno de cadáveres, torturas, hambre, enfermedades y miserias? ¿Cómo puede ser
glorioso un pasado a las órdenes de dictadores sin escrúpulos, y de uno de los
criminales más horrendo y sanguinario de la humanidad? Hoy, todos ellos,
quieren imponernos el pasado de sus gloriosos (?) apellidos y sus enajenados
modos, esta vez, a las órdenes del nuevo “Führer” Ángela Dorothea Merkel.
Entre las causas que han impedido en España el
desarrollo del progreso en todas sus manifestaciones, y el funcionamiento
ordenado y regular del sistema constitucional y parlamentario, figura como
primera y principal la que se conoce con el gráfico nombre de empleomanía.
No se necesita gran esfuerzo para comprender que el hábito de trabajar poco
o nada, la costumbre de subvenir a las atenciones de la vida con desproporcionados
sueldos pagados por el Estado, y la facilidad de obtener destinos, aun aquellos
que carecen de la aptitud indispensable para desempeñarlos, incluyendo, claro
está, a nuestros iluminados representantes políticos, han sido el germen de
innumerables males, una de las causas que explican el completo desquiciamiento
de los partidos, y por consiguiente, el desorden y la anarquía de la política
en nuestro País, hasta el punto de decirse, cuando se ha tratado de hacer
reformas y economías en la administración, que la cuestión de empleados era una
cuestión de orden público.
Y la frase no es exagerada, por más que sea altamente desconsoladora. Las luchas de la política,
fecundas en otras partes, han sido sustituidas en España por zancadillas,
codazos, traspiés, pardeleras, guerras y envidias de destinos. Cada gobierno
que sube al poder, inaugura la marcha administrativa del anterior, decretando
una razón de empleados afines, cambiando todo el personal y los modos de las administraciones,
dando entrada en el presupuesto a sus amigos políticos y particulares, a sus parientes
y allegados. Los aspirantes a las Cortes, al Senado, a las Diputaciones, a los Cabildos y
Ayuntamientos, (entre otros puestos inventados para socorrer a familiares y
amigos varios), no encontraban medio más socorrido de reunir votos, que enviar
al distrito unas cuantas credenciales, juntamente con la seguridad de hacer
nueva remesa después de haber tomado asiento en el Congreso, si es que no
gastaban todas sus influencias en conseguir para ellos una alta y lucrativa
posición oficial. No es nuevo el ejemplo de hombres y mujeres en la política
que, desairados en sus pretensiones, fundan medios de comunicación y de
oposición que desaparecen cuando sus exigencias son escuchadas y su vanidad
queda satisfecha. Tampoco es nuevo el ejemplo de protestar que no se quieren
destinos, y trabajar desesperadamente y en el silencio, para ser agraciados con
un empleo en la primera favorable coyuntura. Hombres y mujeres han habido y
todavía los hay que, sin haber manifestado nunca su opinión política, aparecen
de repente y como por escotillón, pidiendo en tal concepto los sufragios de sus
conciudadanos.
La empleomanía ha sido la clave de la
política en España. Ella ha corrompido el cuerpo electoral; ella ha impedido a
los ministros dedicarse a administrar, y los ha condenado a estar oyendo
perpetuamente a un enjambre de pretendientes; ella ha conducido a los gobiernos
hasta el punto de resolver un conflicto político con la provisión de unos
cuantos destinos; ella, por fin, ha creado dos ejércitos permanentes uno
desfavorecidos que elogian por gratitud los mayores desaciertos del poder, y
otro de cesantes que aumentan las filas de la oposición, y forman el núcleo de
toda clase de conspiraciones, para recuperar sus empleos el día del triunfo,
formando entre unos y otros, como diría un socarrón, un enjambre de moscas, que
constituye una perpetua cantinela aplicada a los ingresos públicos.
Desnaturalizadas de tal manera las
luchas políticas, nada tiene de particular que España no haya recogido del
sistema constitucional, las ventajas y los frutos con que han sido favorecidas otras
naciones del antiguo continente. Y lo digo con fe sincera y convicción profunda,
si la revolución democrática no acierta a extirpar el cáncer de la empleomanía,
la corrupción, la mafia política, sino está decidida a acabar con la funesta
plaga de aspirantes que se fingen políticos para medrar con la política, en
vano habrá derribado una dinastía, en vano proclamará la Democracia, si a tal extremo
la conducen las circunstancias, en vano hará una constitución que establezca
todas las libertades y que garantice el ejercicio de los derechos individuales,
porque siempre dejará subsistente la primera y principal causa de todos los
males que han aquejado a la nación la posibilidad de alcanzar destinos por
medio de la política. Aun siendo ocupado ese destino, por un batata, que es lo
más frecuente.
Creo que no deberíamos seguir
consintiendo que la mayoría de estos personajes, continúen sirviéndose de la
despensa del pueblo.
José Antonio del Rosario
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