lunes, 10 de febrero de 2014

LA ESPAÑA POR LA QUE DEBEMOS LUCHAR (y 2)



LA ESPAÑA POR LA QUE DEBEMOS LUCHAR  (y 2)

 

 Fuerza es confesar que va extinguiéndose en España esa pasión y efervescencia dictatorial, al arribar al poder “La Familia del Viernes”, veníamos gozando de una libertad ganada por el pueblo. Quieren estos que hace dos años ostentan el poder, pretenden arrastrarnos por el campo trazado de antemano en su acalorada imaginación. Fantasean estos el restablecimiento de la dictadura, como la solución más natural y lógica que podía darse a la situación, sin recordar en su ceguedad, que no fue la dictadura la que enarboló el camino de la libertad en España entera.

 

 Falsean de este modo, si bien por breve tiempo, el objeto y fin de su programa de gobierno, el delirio de muchos y la pasión de todos ellos, hízoles creer realizable lo que solo es fantasmagórico y los mismos que de buena fe confesaban antes que España no podía ser democrática, forjáronse de repente engañadoras Ilusiones, alimentando con ellas sus fantásticos sueños. Mas, llegó al fin, como no podía menos de llegar, el momento en que imperando la razón y tranquilo el ánimo, pensasen los españoles todos en asegurar los bienes del presente y conquistar el porvenir. Ellos no pueden olvidar sus antecedentes, ni sus costumbres ni el estado de su civilización, ni a su Amo, el “innombrable” dictador. Solo basta echar un vistazo a sus apellidos, para todos ellos con un pasado glorioso. ¿Cómo se puede llamar glorioso a un pasado lleno de cadáveres, torturas, hambre, enfermedades y miserias? ¿Cómo puede ser glorioso un pasado a las órdenes de dictadores sin escrúpulos, y de uno de los criminales más horrendo y sanguinario de la humanidad? Hoy, todos ellos, quieren imponernos el pasado de sus gloriosos (?) apellidos y sus enajenados modos, esta vez, a las órdenes del nuevo “Führer” Ángela Dorothea Merkel.

 

 Entre las causas que han impedido en España el desarrollo del progreso en todas sus manifestaciones, y el funcionamiento ordenado y regular del sistema constitucional y parlamentario, figura como primera y principal la que se conoce con el gráfico nombre de empleomanía. No se necesita gran esfuerzo para comprender que el hábito de trabajar poco o nada, la costumbre de subvenir a las atenciones de la vida con desproporcionados sueldos pagados por el Estado, y la facilidad de obtener destinos, aun aquellos que carecen de la aptitud indispensable para desempeñarlos, incluyendo, claro está, a nuestros iluminados representantes políticos, han sido el germen de innumerables males, una de las causas que explican el completo desquiciamiento de los partidos, y por consiguiente, el desorden y la anarquía de la política en nuestro País, hasta el punto de decirse, cuando se ha tratado de hacer reformas y economías en la administración, que la cuestión de empleados era una cuestión de orden público.

 

 Y la frase no es exagerada, por más que sea altamente desconsoladora. Las luchas de la política, fecundas en otras partes, han sido sustituidas en España por zancadillas, codazos, traspiés, pardeleras, guerras y envidias de destinos. Cada gobierno que sube al poder, inaugura la marcha administrativa del anterior, decretando una razón de empleados afines, cambiando todo el personal y los modos de las administraciones, dando entrada en el presupuesto a sus amigos políticos y particulares, a sus parientes y allegados. Los aspirantes a las Cortes, al Senado, a las      Diputaciones, a los Cabildos y Ayuntamientos, (entre otros puestos inventados para socorrer a familiares y amigos varios), no encontraban medio más socorrido de reunir votos, que enviar al distrito unas cuantas credenciales, juntamente con la seguridad de hacer nueva remesa después de haber tomado asiento en el Congreso, si es que no gastaban todas sus influencias en conseguir para ellos una alta y lucrativa posición oficial. No es nuevo el ejemplo de hombres y mujeres en la política que, desairados en sus pretensiones, fundan medios de comunicación y de oposición que desaparecen cuando sus exigencias son escuchadas y su vanidad queda satisfecha. Tampoco es nuevo el ejemplo de protestar que no se quieren destinos, y trabajar desesperadamente y en el silencio, para ser agraciados con un empleo en la primera favorable coyuntura. Hombres y mujeres han habido y todavía los hay que, sin haber manifestado nunca su opinión política, aparecen de repente y como por escotillón, pidiendo en tal concepto los sufragios de sus conciudadanos.

 

 La empleomanía ha sido la clave de la política en España. Ella ha corrompido el cuerpo electoral; ella ha impedido a los ministros dedicarse a administrar, y los ha condenado a estar oyendo perpetuamente a un enjambre de pretendientes; ella ha conducido a los gobiernos hasta el punto de resolver un conflicto político con la provisión de unos cuantos destinos; ella, por fin, ha creado dos ejércitos permanentes uno desfavorecidos que elogian por gratitud los mayores desaciertos del poder, y otro de cesantes que aumentan las filas de la oposición, y forman el núcleo de toda clase de conspiraciones, para recuperar sus empleos el día del triunfo, formando entre unos y otros, como diría un socarrón, un enjambre de moscas, que constituye una perpetua cantinela aplicada a los ingresos públicos.

 

 Desnaturalizadas de tal manera las luchas políticas, nada tiene de particular que España no haya recogido del sistema constitucional, las ventajas y los frutos con que han sido favorecidas otras naciones del antiguo continente. Y lo digo con fe sincera y convicción profunda, si la revolución democrática no acierta a extirpar el cáncer de la empleomanía, la corrupción, la mafia política, sino está decidida a acabar con la funesta plaga de aspirantes que se fingen políticos para medrar con la política, en vano habrá derribado una dinastía, en vano proclamará la Democracia, si a tal extremo la conducen las circunstancias, en vano hará una constitución que establezca todas las libertades y que garantice el ejercicio de los derechos individuales, porque siempre dejará subsistente la primera y principal causa de todos los males que han aquejado a la nación la posibilidad de alcanzar destinos por medio de la política. Aun siendo ocupado ese destino, por un batata, que es lo más frecuente.

 

 Creo que no deberíamos seguir consintiendo que la mayoría de estos personajes, continúen sirviéndose de la despensa del pueblo.

 

 

José Antonio del Rosario

No hay comentarios: