miércoles, 26 de marzo de 2014

MUNICIPALES Y SERENOS



MUNICIPALES Y SERENOS
 
 

 

 
 

 
Las Palmas de Gran Canaria, como todas respecto de las de una vecindad más numerosa; y entre las de las Islas la primera, por su extensión, construcción, categoría y residencia, siempre demandaron la vigilancia diurna y nocturna en sus calles, Guardia Municipal de Cárceles, de Aduanas, Cuarteles y Serenos: y además, en las rondas constantes que los Corregidores presidian personalmente y hacían circular de continuo por sus calles y barrios. Aquellos Guardias Municipales y Serenos de antaño protegían en gran medida la seguridad diurna y nocturna de los municipios canarios. Pero nuevas instituciones y nuevos regímenes hicieron que, sin causa alguna, se fuesen enervando estas medidas precautorias y previsoras en el orden de las poblaciones hasta haberse condenado al desuso y al olvido.
 
 
 Pero los señores alcaldes de los municipios canarios, más bien están empeñados en desproteger que proteger a los ciudadanos, y sustituir de un modo más firme y constante, sin escusas tolerables la vigilancia y seguridad de los pueblos, dando prioridad a otras opciones del servicio como el recaudatorio y dejación de normativas y ordenanzas. Desechando consagrarse a ese penoso y extraordinario deber, como es la seguridad ciudadana. Pasaron aquellos tiempos en que la Municipalidad se preocupó en resolver y ejecutar la vigilancia de los Serenos y la presencia de los Guardias Municipales en las calles de la población. Siempre prontos por fe y por la misión de cumplir el servicio encomendado, que nos obsequiaban con una sonrisa y exquisita educación, donde quiera que le encontrábamos, y a prestar las medidas que ceden tan inmediatamente en beneficio del orden, y de la tranquilidad y seguridad del vecindario. Quisiera oír primero la voz de nuestros conciudadanos para repetir como el Eco sus acentos: y por más que estos un tanto extraños a una novedad que es en un grado más perfecta, sin exageración, a las rondas nocturnas que tanto se han olvidado, y que solo aparecen de vez en cuando en los días festivos de suma concurrencia o público desahogo; por más que se decante su in necesidad entre la mayoría de los Alcaldes morigerados por índole y por naturaleza del clima y presupuestos; reconocida la pública utilidad, debemos tributar noblemente nuestros respetos al pensamiento y su ejecución, que es cuanto merece de nuestra parte esa ventaja de protección hoy tan necesaria.
 
 Por sí sola se recomienda bastante cuando tan palpablemente y tan de cerca se conocen sus efectos. Más, como la institución de estos vigías, no se limitaban solo al anuncio de las horas y del tiempo, preciso es que nuestros socios en los consistorios comprendan todos sus caracteres y atribuciones. El Sereno y el Guardia Municipal, velaba nuestro sueño y guardaba nuestra propiedad. El Sereno nos acompañaba en medio de la oscuridad y del silencio tenebroso de la noche más negra y aterradora. El Guardia Municipal en las horas diurnas, solícito, educado, complaciente, afable. El Sereno no temía la intemperie ni el Guardia Municipal el solajero, ni las asechanzas que torpemente se le asesten; porque cumplían por instituto y por su profesión el ceñirse las armas que la misma Sociedad le confiaron para que le defendiera su hacienda y vida.
 
 El Sereno y el Guardia Municipal, era un amigo y un protector que estaba dispuesto a prestar toda clase de auxilios al ciudadano que le invoca con una necesidad fija y con verdad. Servía de guia al que se extraviaba y acudía a su socorro; prestaba su favor al desvalido, al afligido, al que se ve acometido, al que busca los auxilios, al que llevaba un templaera que ni pa´que. Estaban siempre dispuestos con toda inflexibilidad a socorrer y denunciar todo abuso del orden, que perturbaba la tranquilidad y la paz en las horas destinadas al servicio. Eran por último nuestros ángeles de paz y nuestro libertador, los que velaban por nuestro bien, y nos prestaba la confianza de entregarnos con toda satisfacción al sueño dulce y reparador.
 
 Por más justas y buenas que sean las costumbres del hombre, siempre la precaución y la previsión prestan garantías, como hay ley. Los Magistrados depositarios de ésta, deberían ser nuestros amigos y protectores; é inexorables cuando por desgracia el crimen, el robo, la pendencia, etc, nos entrega en sus manos. Pero aun en ese conflicto, está siempre en el deber de protegernos y de ayudar y cooperar a nuestra salvación, siendo posible. La ley debería velar siempre sobre nosotros y en nuestros pasos. Si somos correctos ciudadanos, permanece ociosa y sin desplegar su fuerza y su influencia: pero siempre vela.
 
 
José Antonio del Rosario
 
 
 

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