INFUNDIOS PROGRAMADOS
¡Ya, ya buenas piezas son la mayoría de los
Gobiernos! De todos los personajes que pululan por la política, acaso no hay
ningunos tan llenos de nostálgicos pasados, de rencores ocultos y sublimes
grandezas. Y si no, vayan recordando Ustedes.
La mayoría de los gobiernos son
homicidas, traidores, chantajistas y manipuladores con premeditación y
alevosía, con ensañamientos y manos mercenarias, sin pasiones y con arrebatos,
por conveniencias y egoísmos son soberbios e hipócritas, con escándalo y en
público, jactándose de ello.
Los mayoría de los gobiernos nos roba, nos
empobrece y nos ignoran, gasta lo que se
les antoja y para pagar sus deudas y cobrar sus desorbitados sueldos, dietas,
viajes, etc, etc, meten la mano como vulgares rateros en la bolsa del
contribuyente. Si el dinero ajeno no basta para satisfacerles, semiprivatizan o
privatizan servicios públicos y bienes del Estado. Viven a lo grande. Arruinan
a las Naciones, consientes,
deliberadamente, tranquilos y con la sonrisa en los labios.
Los Gobiernos juegan, son empresario,
banqueros, croupiers, son tahúres, es gancho. Sostienen una gran timba
Nacional de la cual saca no poco provecho. Juegan con ventaja asegurando sus
ganancias. Y es lo bueno que tiene estancado el juego, como el homicidio
involuntario o nó, como el despojo, como el desahucio, como las desigualdades,
como la precaria situación de los países, etc, etc. Lo mismo nos meten en una
guerra, que proclaman a los cuatro vientos que somos un pueblo pacífico. Hipócritas.
Sólo ellos pueden hacer lo que prohíben
al resto de los ciudadanos. Quieren el monopolio de esos delitos, no admiten
competencias. Los gobiernos, madre de todos los vicios, es su predilecta
fórmula de encausar la partida. Se ofrecen a la pereza y la conveniencia, al
holocausto del tiempo. Sus vidas son un bostezo, entre viaje y viaje. Pretenden
generalizar la holganza e imponer, bajo grandes penas, la observancia, la
cultura, los derechos y costumbres ciudadanas. La otra mitad la consagran al
descanso.
Los gobiernos obligan a todo dios a
cumplir sus leyes, aunque estas sean contra natura humana. Y ellos en vano
juran, jura el político, jura el jurídico, jura el galeno, jura el
eclesiástico, jura el jurado, jura el testigo. En vano la mayoría juran. ¿A qué seguir? Ni con las nuevas tecnologías,
no se podría escribir todo lo que de inmoral y homicida tienen los gobiernos.
No deshonran a sus padres porque no los tiene. No son bígamos porque no pueden
contraer matrimonio, no son adúlteros, ni desean la mujer del prójimo. Tampoco codician las cosas ajenas,
porque se suele quedar con ellas.
En sus vidas oficiales es todo una mentira:
mentira los pactos constitucionales, mentira
las ficciones legales del sistema, mentira la parafernalia
parlamentaria, mentira las promesas y programas electorales, mentira los
presupuestos; mentira administrativa, representativa, bancaria, democrática, moral, científica, higiénica,
médica, alimenticia. Los gobiernos enteros son una gran adulteración, colosales
infundios. Mienten cuando
hablan y mienten cuando callan. Sus
actos no son menos engañosos que las palabras. El día en que algún profundo
representante político tuviera la ocurrencia de decir una verdad, entonces será
cuando nos dará el gran chasco. Ello convierte la legitimidad en usurpación y
en estafa el contrato.
Los testamentos son perfectos, pero ocurre
que quienes heredan no son las personas nombradas por el testador. La
compraventa la han celebrado ante
notario, sólo que los vendedores no eran los dueños. ¿Qué valor jurídico
podrían tener actos semejantes? Tiene la mentira representativa un carácter
peculiar que la distingue de la verdad,
a saber: el de que los hechos no lo revelan.
Gobiernos en que sus instituciones son
decoraciones, lienzos pintados, garabatos en una pared, no tardaran en tocar al
desengaño. Es menester que no le quiten la venda de los ojos al pueblo para no
verlo. Pero, en punto a representación, admitido el convencionalismo político, la
mentira parece verdad. Los artistas del chanchullo legislarán como otras tantas legislaturas pasadas, dirán sí o nó,
como les enseñaron los grandes ventajistas, consumirán las horas parlamentarias
jugando a Candy Crush, Whatsapp o escribiendo a la parienta, novia, amante y
colegas varios. Y todos los ciudadanos estaremos obligados a cantar y obedecer
las pseudo leyes que de esos pseudo representantes emanan.
El mal tiene difícil remedio. Se han
hecho revoluciones en nombre de la Libertad y la Igualdad, al grito de ¡Viva la
sinceridad y abajo el Infundio! Sería un suceso nuevo sin precedentes. El régimen parlamentario ha
fracasado entre nosotros. ¿Por complicado? ¿Por amañado? ¿Por exótico? No;
porque el tal régimen exige para ser aplicado cierta dosis de moralidad,
honradez y rectitud. No es posible allí donde la política es en buena parte
oficio de embusteros, de enredadores, de farsantes, de prestidigitadores, de fulleros,
de cubileteros y de embaucadores.
Nos avergonzamos cuando le preguntamos
a uno de estos cafres electos, ¿Por qué votó en contra en la comisión de igualdades
sociales? ¿Por qué votó a favor en bajar el salario mínimo? ¿Por qué votó en
contra esto y a favor lo otro? Y tan seguro nos contesta, “disciplina de
partido” (profunda degradación del orden
democrático).Y nos quedamos sorimbáos, un sudor frio nos sube por la
espina dorsal que nos tambalea de enojo y nos calienta estar al lado de
personajes de tamaña calaña. Dudamos si mandarlo a la MIERDA o tirarlo a un
CHARCO.
Podrás engañar a todos
durante algún tiempo; podrás engañar a alguien siempre; pero no podrás engañar
siempre a todos. Abrahán Lincoln
José Antonio del
Rosario
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