NOS PROVOCAN
En los periodos de elecciones circulan
constantemente palabras descalificatorias y provocativas. ¿Por qué hicieron
esto? ¿Por qué no lo hicieron? ¿Ustedes dijeron esto? ¿Ustedes dijeron aquello?
¿Aseguraron solucionar lo que el anterior Gobierno en el Consistorio prometió?
¿Mintieron a los ciudadanos? ¿Engañaron a los contribuyentes?, etc, etc…Oigan,
se acuerdan hasta de nosotros. Una vez llegado al machito, se olvidan al
servicio de quien y para que están.
Este es a groso modo, el discurso de aquellos
y estos gobiernos en las Casas Consistoriales de los ayuntamientos canarios. La
paradoja de todo esto, es que los hombres y mujeres que conforman estos
gobiernos, en sus discursos y verborreas electorales prometieron lo mismo. Eso
sí, como no podía ser de otra manera; con nuevas y rimbombantes frases, nuevos
enunciados y catalogaciones. Y por si esto fuera poco, en el idioma anglosajón
que suena más chic. Nuestra modalidad lingüística
y rasgos fonéticos para aquellos y estos iluminados tecnológicos, nuestro
dialecto les suena raro.
Cuando estos y aquellos fueron ciudadanos
de a pie; indignados protestaron y cabreados marcharon en manifestaciones por
las desigualdades, por los escándalos callejeros, por la contaminación acústica
y ambiental, por botellones, peleas, violaciones, cagadas y meadas en espacios
públicos, por el incivismo grosero e irrespetuoso hacia los ciudadano, etc,
etc. En los que talvez, algunos de aquellos y estos también participaron en
gamberros comportamientos.
El gobierno en el Consistorio tiene que
poner especial cuidado en limpiar las calles de provocadores, de pandilleros de
todo tipo, de los amigos de lo ajeno, de aquellos que perturban la tranquilidad
ciudadana y de toda chatarra que pulula los barrios de esta Capital. La tesis
hasta hoy parece ser que fue esta: cuando haya provocación habrá paz. El orden
público no garantiza la ausencia de provocadores, si no se aplica la Ordenanza
de Convivencia y Seguridad Ciudadana a raja tabla, sin contemplaciones, que les
duela el bolsillo. Única manera que entre en el sentido racional de muchos
ciudadanos.
Hasta hoy, la práctica común en los
gobiernos consistoriales en estas apartadas piedras, consiste en aplicar a raja
tabla: Ordenanzas Fiscales y Ordenanzas de Circulación. Claro está; sin ánimo
de recaudación, dicen. Las restantes están guardadas en algún cajón o fichero
de ordenador, por si alguien tiene la tentación de desempolvarlas o
presentarlas en pantalla, y de paso echarles un vistazo a esos rancios legajos.
Sólo para saber de qué va la cosa, mera curiosidad.
Mas estos estados de hiperestesia (sensibilidad)
se caracterizan porque los árbitros de la situación, los que tienen la fuerza
de los votos para dictar leyes, hacen dejación de cumplimiento de las mismas.
Utilizan las páginas de los periódicos para estampar lo que se les antoja,
quitando la importancia de los hechos, les falta una cosa: sentido crítico. Es
decir, que por todas partes minimizan peligros y provocaciones. En cada
transeúnte advierten un posible pacificador, y a este lo sancionan porque le
partieron la cara por defender el honor y el respeto de alguien, pues era su
obligación llamar a los cuerpos de seguridad, ¿antes o después del atropello?
Esto significa algo muy grave: se ha roto
el proceso continuista de la Ley, y con ello, toda organización democrática. No
puede haber Democracia ni Libertad sin diálogo ni aplicación de las leyes. Y en
esta tesitura, da la impresión de que más de la mitad de los ciudadanos nos
manifestamos contra la otra parte, porque somos provocadores, resulta que más
de medio país aparece provocando a más del cuarto. La estadística afirma lo
contrario.
Y así estamos, la tragedia es para el
hombre o la mujer que se haya pasado la vida defendiendo la virtud de los
principios liberales y democráticos, y, a fin de cuentas, tenga que caer del
leñaso en esta doctrina de la probación. Y lo grave para el hombre o la mujer
liberal, es que tiene que padecer el martirio de sus principios: es decir, que
él o ella tiene que dar la libertad incluso a los que conquisten el poder, estos,
no se la darán ni a él ni a ella.
José Antonio del Rosario
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