POR SIACASO, SÍ
No lo creo: se
hallan tan profundamente arraigados los
sentimientos y nobles aspiraciones, cuyo
fuego arde en nuestros corazones y cuya llama oscila en la frente de todos, (no
de balde mereció estas islas el título
de Afortunadas) la grandeza del coraje
que nunca se separa y siempre acompaña y enaltece la libertad.
Desde el último
rincón de estas Afortunadas Islas se pide libertad al influjo de las buenas costumbres y del
pundonor, tan conveniente en sociedades democráticas, donde en el orden con el
progreso moral y material, son su base más firme. Entre los
naturales se observaba aquella
ingenuidad y aquel amor tan poderoso, que rayaba en fiereza por el suelo que
les vio nacer, que aun en la época presente constituyen el timbre más honroso
de las naciones civilizadas.
La libertad sin
la moralidad es imposible: y los hombres de ideas limitadas a la esfera
material de su ambición, respecto de sus semejantes son egoístas, y en política
son inmorales, legitimando por el fin que al parecer se proponen, la injusticia
de los medios que a él les conducen. Por esto veo con repugnancia la conducta
política, que como consecuencia de aquellos y estos errores, casi siempre
voluntarios, se observa en todos los Gobiernos, el objeto preferente y
exclusivo de las aspiraciones de los partidos y formaciones, de los hombres y
mujeres que los componen la mezquina y
maquiavélica influencia en la
administración general del Estado.
Sin embargo, al
ver que tanto se trabaja por no
modificar el modelo de sufragio actual, lo que debería tener de libre y
espontáneo, hacen alarde, de que la opinión del ciudadano no es producto de su
sentimiento, ni de su conciencia, ni de su convicción; sino un acto obligado
del más pobre dominado por el más rico dominador, o una declaración exigida al
débil por la coacción del más poderoso; confieso con pena que la “Familia
Política” en su marcha progresiva de manipulación, debe de haber olvidado
alguno de los elementos que entran en sus conciencias; indudablemente en la
parte moral ha debido quedar rezagada, seguido, ni siquiera de lejos, a la
material.
Recordarle a los
electores que el derecho electoral es el más importante de cuantos concede la
Constitución (aún que esta, los poderes en este país se la pasen por el arco
del triunfo) y garantizan las leyes en todas las naciones regidas por
instituciones democráticas; porque el
sufragio común a todos constituye el acto más solemne que manifiesta la
soberanía nacional; y cualquier influencia, que se interponga para falsificarlo,
es una profanación.
Decirle a todos
los electores el deber ineludible de emitir su voto con independencia y
entereza, sin dejarse seducir ni sujetarse a exigencias de hombres y mujeres
ambiciosos y avezados que unas veces con amenazas que no pueden realizar, y
otras con promesas, que no han de cumplir, hacen de la elección un simulacro,
convirtiendo el acto más soberano y trascendental de los ciudadanos en el más
abominable sarcasmo, contra las instituciones democráticas que invocan.
Aquí, en
Canarias, hay dignidad, hay independencia, hay decoro: por eso confío, que,
donde tanto se invoca la Libertad y la Democracia, se proclama el orden y se
elogia la independencia racional al emitir los votos en las urnas, no se
habrían empleado ni se emplearán medios reprobados por ciudadanos libres.
Por siacaso, sí
debemos reflexionar y preguntarnos: ¿Alguna vez un partido o formación
política, cumplió su programa electoral y promesas en él plasmadas al llegar y
sentar sus posaderas en el sillón del poder?
Promesas mil y una
vez pregonadas, mil y una vez juradas y perjuradas. Promesas que como el humo
se diluyen con la aireada ráfaga del chantaje y la mentira.
José Antonio del Rosario
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